La irrupción de la inteligencia artificial en el campo de las ciencias biológicas está dando lugar a un fenómeno que redefine el poder global: la bio-geopolítica. Ya no se trata solo de dominar territorios, recursos naturales o infraestructura digital, sino de controlar los sistemas que modelan, predicen y, en algunos casos, modifican procesos esenciales de la vida humana. En este nuevo escenario, la frontera estratégica pasa por la capacidad de integrar datos biométricos, algoritmos avanzados y plataformas de IA capaces de intervenir en decisiones sanitarias, ambientales y de seguridad.
Las grandes potencias protagonizan una carrera silenciosa pero acelerada por liderar desarrollos como modelos de IA capaces de simular el comportamiento del sistema inmunológico, anticipar mutaciones virales o diseñar moléculas con impacto terapéutico y militar. Las naciones que consigan dominar estas tecnologías obtendrán no solo ventajas económicas, sino también capacidades inéditas para gestionar riesgos biológicos y proyectar influencia global.
Paralelamente, la expansión de infraestructuras basadas en datos biométricos —desde sistemas de vigilancia hasta plataformas de identificación genética en masa— está configurando nuevas formas de control estatal y corporativo. La posesión y el manejo de estas bases de datos se convierten en un activo geopolítico de primera magnitud, con implicancias profundas para la privacidad, la seguridad y la autonomía individual.
La bio-geopolítica, en definitiva, reconfigura el tablero internacional al situar la vida misma en el centro de la competencia estratégica. En la era de la IA, los países ya no solo compiten por información: compiten por la capacidad de interpretar y moldear los procesos biológicos que determinan la salud, el desarrollo y el futuro de sus sociedades.
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