Estados Unidos destinó más de 850.000 millones de dólares a defensa en el último año, consolidando un presupuesto que supera el gasto combinado de los diez países que le siguen en la lista. La cifra refleja no solo la magnitud del poderío militar estadounidense, sino también un cambio de prioridades estratégicas.
Lejos de concentrarse en ejércitos masivos o en la producción de tanques, el nuevo enfoque apunta a reforzar áreas vinculadas con el desarrollo de inteligencia artificial, ciberdefensa y tecnologías de última generación, consideradas claves en los escenarios bélicos del futuro.
Este viraje responde a la creciente competencia con potencias como China y Rusia, y a la necesidad de mantener la supremacía en un terreno donde la guerra ya no se libra únicamente en los campos de batalla tradicionales, sino también en el espacio digital y en la superioridad tecnológica.
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